SIMPATÍA POR LOS STONES
No hablaban de religión, de política o de drogas en público (o al menos eso decían), pero ensuciaron la imagen del rock and roll con sus poses macarras, sus melenas desaliñadas y su rhythm and blues distorsionado. Hoy, lejos de convertirse en una parodia de ellos mismos, han vencido al paso del tiempo y han demostrado que los Stones no envejecen. Su pacto con el diablo ha superado con creces la frontera del siglo XXI con los méritos atesorados con sudor y estilo sobre los escenarios, como han demostrado en su gira 2014. Son la mayor banda de la historia de la música en activo, un título ganado a pulso con su personal apuesta sonora y su pasión por el espectáculo que ni ellos imaginaron cuando se unieron en un tugurio infecto de Londres en 1962 para fundar The Rolling Stones. Al año siguiente lanzaron al mundo su primer hit Come On que tomaron prestado de Chuck Berry, uno de los ídolos de Mick Jagger y Keith Richard.
No hablaban de religión, de política o de drogas en público (o al menos eso decían), pero ensuciaron la imagen del rock and roll con sus poses macarras, sus melenas desaliñadas y su rhythm and blues distorsionado. Hoy, lejos de convertirse en una parodia de ellos mismos, han vencido al paso del tiempo y han demostrado que los Stones no envejecen. Su pacto con el diablo ha superado con creces la frontera del siglo XXI con los méritos atesorados con sudor y estilo sobre los escenarios, como han demostrado en su gira 2014. Son la mayor banda de la historia de la música en activo, un título ganado a pulso con su personal apuesta sonora y su pasión por el espectáculo que ni ellos imaginaron cuando se unieron en un tugurio infecto de Londres en 1962 para fundar The Rolling Stones. Al año siguiente lanzaron al mundo su primer hit Come On que tomaron prestado de Chuck Berry, uno de los ídolos de Mick Jagger y Keith Richard.
El padre
fundador Brian Jones cayó en el
camino, pero su obra sobrevive soportada por los sólidos pilares de la sociedad
ilimitada Jagger-Richard que no han
parado de crecer entre ritmos que siguen sonando irreverentes a pesar de su
edad reconocida, siempre con Charlie
Watts marcando sus baquetas incólume.
Lo dejó Bill Wyman y Ronnie Wood sustituyó a Mick Taylor, pero por lo demás todo
sigue igual… De sus vidas y mucho más habla la exposición Sympathy for The Stones comisionada por Fernando Castro en la sede de la Fundación Bancaixa en Valencia, donde se puede degustar hasta el
próximo dos de noviembre. Una fascinante colección de imágenes del grupo más
fotografiado del siglo XX hace las delicias de fans y mitómanos. Instantáneas
de Barrie Wentzell, Michael Putland,
Ebet Roberts, Bob Gruen, Gus Coral, Guy Le Querrec o René Burri reproducen
momentos míticos de la banda y también los más oscuros. Junto a la detención de
Jagger por posesión de drogas
podemos ver reunidos sobre un escenario a Bob
Dylan, Bruce Springsteen y el propio
Jagger que también protagoniza otro
combo ilustre con el mismísimo John
Lennon durante la grabación de un disco de la imprevisible Yoko Ono.
El repaso gráfico a las
portadas de sus discos tiene banda sonora, que permite escuchar los temas
míticos de los Stones mientras el
visitante-groupie recorre la sala.
En el centro
del huracán la exposición regala tres de los documentales existentes sobre la
vida y obra de los señores del riff. Jean-Luc Godard, enfant terrible de la Nouvelle Vague, rodó Sympathy for the Devil en el año de la
revolución de 1968. Una película sobre el movimiento social y político en el
fragor de los 60, entre efluvios del sueño hippie
que los propios Stones
contribuyeron a convertir en pesadilla involuntariamente, tras la muerte por
apuñalamiento de un asistente al macroconcierto montado en Altamont en 1970,
mientras el quinteto interpretaba Under
my Thumb. El siguiente tema del repertorio, Sympathy for the Devil fue interrumpido por decisión de Jagger ante una orgía de público que
desbordó lo imposible y acabó en un desmadre previsible, teniendo en cuenta que
un grupo de presuntos motoristas de Los
Angeles del Infierno (siempre el mal), se encargaba de la seguridad. Aquella
idea fue como nombrar a Al Capone
guardián del oro de la reserva federal o que Hansel y Grettel vigilasen
La casa de los caramelos.
El rodaje
de Gimme Shelter se convirtió en una crónica de aquel
cambio de ciclo, mientras el quinteto lanzaba algunos de sus órdagos más
creativos. Shine a Light con Martin Scorssese al mando tiene aires
de epílogo en una atmosfera decadente de reunión para pijos, donde triunfa el
mainstream incluso en la realización, que muestra un concierto de salón para selectos
vips neoyorquinos que llega a incluir a Bill
Clinton entre la corte de aduladores-adulados. Un fiasco frente al ambiente
habitual en una convocatoria masiva que suele ser un concierto de los Stones y el legado siempre atractivo de
Scorssese, que como marca de la casa
siempre suele incluir canciones Stone
en sus películas, convertidas por su maestría en parte del lenguaje narrativo
del cine más negro y gamberro de las últimas décadas.
Y
presidiendo el local dos enormes imágenes de Mick y Keith separadas
por paredes pero unidas por la época pletórica en que fueron tomadas. Cualquier
adicto a la música disfruta en una exposición que muestra el ascenso, auge y el
impredecible mantenimiento en escena durante más de 50 años de un grupo de
señores del riff, que nació de las entrañas del rock después de pactar con el
diablo.